Arte y terrorismo visual

Cyber-Gioconda, de Alejandro Burdisio

(Por José Gómez Isla)

(…) La mayoría de los medios masivos de difusión de imágenes, como el cine, la televisión o Internet, se han ido adueñando paulatinamente de esa parcela social abandonada por el arte plástico y que la sociedad ha ido demandando crecientemente, no tanto como medio de conocimiento, sino fundamentalmente como medio de entretenimiento y evasión en nuestra mal llamada “cultura del ocio”. La narrativa, erradicada de la escena plástica del período vanguardista de entreguerras, ha vuelto ha cobrar carta de naturaleza en la nueva escena mediática.
Pero no es que únicamente el arte haya perdido protagonismo frente a los medios de masas que son capaces de llegar más directamente al público actual. Además de ello, esa demanda masiva de imágenes generadas mediante otros medios visuales ha condicionado, por contagio, nuestra manera de leerlas y consumirlas desde otros foros de expresión y comunicación. Irremediablemente esto ha provocado en el entramado social una paulatina pérdida de la capacidad de contemplación y de emoción de las imágenes artísticas que antaño fueron objeto de culto, tanto en el templo como en el museo. En este sentido, Walter Benjamin ya analizaba ese vanidoso esfuerzo del arte de finales del XIX por llegar a una mayor cantidad de público, donde el valor exhibitivo ganaba terreno en detrimento del valor cultural: “La contemplación simultánea de cuadros por parte de un gran público, tal y como se generaliza en el siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura, que en modo alguno desató solamente la fotografía, sino que con relativa independencia de ésta fue provocada por la pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas” (1). Frente a la contemplación detenida y la emoción contenida (situándonos frente a una obra de arte con una actitud de recogimiento casi místico, que implicaba sustraerse al mundo real) y que era capaz de elevar nuestra alma a otras esferas de conocimiento espiritual, desde mediados del siglo XX otra tendencia alternativa va ganando exponencialmente más adeptos en favor de una contemplación más aséptica, atropellada e irreflexiva de las imágenes. La mirada contemplativa se ha visto rápidamente sustituida por el concepto de “visión” o “visionado” de fugaces percepciones visuales en la sociedad de consumo. Es sintomático que hoy solo nos limitemos a echar vistazos superficiales a la mayoría de las imágenes sin detenernos más de lo necesario a degustarlas visualmente, puesto que esto nos impediría consumir otras imágenes de igual valor, aunque no sepamos ya jerarquizar a ciencia cierta su orden de importancia. El aturdimiento provocado por el consumo masivo de estímulos visuales nos impide discernir a qué tipo de imágenes deberíamos prestar más atención, ante el actual bombardeo mediático. Esto ha impuesto una aceleración en nuestro modo de mirar que también se ha hecho notar en nuestra manera compulsiva de visitar los museos, sobre todo los de arte contemporáneo. En las galerías y museos actuales ya apenas somos capaces de fijar nuestra mirada; tan sólo nos limitamos a hacer barridos visuales de reconocimiento siendo capaces incluso de ver una exposición caminando, sin perder el paso, echando ojeadas exploratorias (como un radar de rastreo) sin detenernos a contemplar los matices de la ejecución de las obras, aquella pincelada sutil o rotunda, aquel acabado o aquella huella que el artista imprimió sobre la materia prima.
Quizás lo único que actualmente es capaz de provocar pequeños destellos de atención es el puro impacto psicológico que nos contagian las noticias e imágenes difundidas por los medios visuales de comunicación. Su resplandor reverbera como el de una estrella fugaz, cuya estela nos deslumbra sólo momentáneamente, aunque enseguida pierde fuerza y vigencia. Lo nuevo se torna rápidamente obsoleto -envejece mal-, y esto hace que necesitemos visualizar compulsivamente nuevas imágenes de consumo rápido. Nuestros ojos se han acabado convirtiendo en órganos bulímicos que necesitan ser alimentados constantemente ante su insaciable apetito visual. En este sentido, para D’ Ors Führer, existe una clara diferencia entre nuestra manera de ver las artes plásticas tradicionales (pintura, escultura, arquitectura, cerámica, etc.), respecto a las artes visuales (fotografía, cine, comic o publicidad) engendradas en buena medida por los recursos de la Industria. Para él, “las artes plásticas (...) tocan o acarician la sensibilidad del hombre en el aspecto intelectual y espiritual, mientras que las artes visuales golpean los sentidos en el aspecto sentimental o psicológico” (2).
La actriz Maribel Verdú, retratada por el
fotógrafo Iván Hidalgo y el pintor Alejandro Marcos,
parte de la muestra sobre violencia contra la mujer
titulada "18 segundos"

En este último cuarto de siglo, pero sobre todo con mayor intensidad en la década de los 90 que acaba de tocar a su fin, el arte plástico se ha contagiado de esta celeridad de consumo visual que han impuesto los medios de comunicación de masas. Conscientes de su falta de competitividad respecto a las estrategias y la omnipresencia de los mass media, las corrientes artísticas de esta última década han decidido unirse a su enemigo y utilizar las mismas armas de combate que despliegan el cine, el video, la televisión o el ordenador desde sus omnipresentes pantallas. Por tanto, a poco que nos paremos a reflexionar y analizar el corpus artístico de estos últimos años, no podemos pasar por alto el creciente protagonismo de las técnicas usurpadas de los mass media y de las nuevas tecnologías de la comunicación. Con el perfeccionamiento y la fácil manipulación de las imágenes de registro, (3) estas nuevas tecnologías han pasado a estar indisolublemente unidas a las tendencias actuales más innovadoras y transgresoras. En muchas ocasiones, las nuevas estrategias artísticas se han preocupado por cómo conseguir impresionar a su audiencia con contundentes mensajes (lo más directos posibles) que golpeen impíamente sobre la psicología del espectador. Esto ha desembocado inevitablemente en una creciente barbarie y un batiburrillo demoledor en lo que a la utilización de las técnicas de registro se refiere, donde ya no impera la belleza y la calidad estética de una imagen sino únicamente el morbo, la ocurrencia y el golpe de efecto. Quizás este impacto psicológico -fundado por la sensación de realidad que inauguró el medio fotográfico- se haya trasladado definitivamente al arte contemporáneo incorporando o elevando el llamado punctum barthesiano a un nuevo tipo de categoría estética. En una imagen de registro, según Roland Barthes, el punctum es aquello que no está codificado y que, frente al studium, nos es imposible analizar: “La incapacidad de nombrar es un buen síntoma de trastorno” (4). Por tanto, ese punctum psicológico de una imagen se podría definir como aquello que nos punza, que nos trastorna, que nos deja mudos y sin capacidad de análisis. Precisamente, esa pérdida de nuestra capacidad crítica, en tanto que espectadores pasivos ante las hipnóticas imágenes de registro, es la circunstancia idónea que los mass media aprovechan para lanzarnos sus hordas de sensaciones e impactos visuales que logran aturdirnos con sus dardos anestesiantes. Como decía Paul Virilio, se trata de “sobresaltar al otro, electrocutarlo, desactivarlo. El terrorismo no es sólo un fenómeno político, es también un fenómeno artístico. Se da en la publicidad, en los media, en el reality show, en el media pornográfico. (...) El puñetazo es el inicio de la comunicación: es un puñetazo lo que devuelve a la realidad cuando se carece de palabras. El arte está ahora en ese punto. La tentación terrorista del arte se ha establecido en todas partes”. (5)

(…)

La masacre de la escuela Columbine, recreada
con estética de video games de los '80 por
Jon Haddock

Por todo ello, muchos de los creadores de los 90 no solamente adoptan el modus operandi que les ofrecen las técnicas audiovisuales sino que utilizan los mismos canales de difusión para hacer llegar sus obras al gran público. Desde este punto de vista, el valor mediático valora a veces con creces al valor artístico de una obra. Cuanto mayor sea su impacto visual, a menudo mediante felices ocurrencias que se agotan en sí mismas, mayor será el valor mediático de la obra per se. A veces ese valor mediático aumenta exponencialmente, expoliado por la truculenta, escandalosa o trágica vida de su creador, cuando consigue entrar en la maquinaria incontrolada de la mitomanía. La década de los 90 está plagada de ejemplos de este tipo. No hay que olvidar el tipo de estética kistch que invade las obras de Jeff Koons, realizadas en colaboración con su ex mujer, Cicciolina, aprovechando el escándalo y el tirón mediático de su boda y su fama como porno-star. De igual forma, la fotografía de Robert Mapplethorpe han llegado a alcanzar precios exorbitantes, no sólo por el escándalo asociado a los temas sexuales que trata sin pudor alguno, sino por su condición de artista maldito aureolado por el sida. De igual forma, los motivos morbosos del fotógrafo Joel-Peter Wittkin, estéticamente alterados mediante una iluminación barroca, la técnica del blanco y negro y el retoque fotográfico, han hecho que sus imágenes a menudo fuesen más conocidas a través de los medios de información que de las exposiciones y las revistas especializadas. Finalmente, y como ejemplo paradigmático, no podemos pasar por alto la utilización mediática de la artista Orlan en sus performances. Utilizando su cuerpo y su rostro como campo de acción de sus creaciones, Orlan se ha sometido a un buen número de intervenciones quirúrgicas para modificar su aspecto mediante la cirujía plástica. Nada tendría de particular respecto al resto de las operaciones habituales practicadas diariamente en los quirófanos, si no fuese porque estas intervenciones son retransmitidas en directo para deleite del público asistente mediante la telepresencia y la grabación vigilante de la cámara de video. Utilizando en sentido literal la acepción inglesa del self-made-woman, Orlan convierte así las operaciones y la transformación continua de sus rasgos en una performance constante con la que articula su particular discurso expresivo.
Sin cuestionar la capacidad creativa ni el valor expresivo de las obras citadas, lo constatable en todos y cada uno de estos caso es que, cuanto más sobrecogedor y directo sea el producto artístico que se muestra a través de los canales audiovisuales, más puntos suben las acciones de una obra en el parquet bursátil artístico; un valor que ahora tiende a confundirse casi siempre con el mediático, y en no pocas ocasiones, con el nivel de calidad de la obra.

(…)

Notas:
1) Benjamin, Walter. “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936), en Discursos Interrumpidos I, Madrid, Editorial Taurus, 1973, página 45.
2) D’ Ors Further, Carlos. “Muerte de las artes plásticas o apogeo de las artes viduales”, en Diálogo filosófico, número 11, Madrid, Editorial Encuentro, mayo/agosto 1988, página 186.
3) Entendemos por imágenes de registro todas aquellas que han sido producidas por medio de la captura de un fragmento de la realidad a través de una cámara o sobre un soporte fotosensible, magnético o digital, es decir, la fotografía, el video, el cine o el ordenador.
4) Barthes, Roland. “La Cámara Lúcida. Notas sobre la fotografía”, (1980), Barcelona, Ed. Paidos, 1990, página 100.
5) Virilio, Paul y David, Catherine. “Alles ferting: se acabó. (Una conversación)”, en Acción Paralela, número 3, Madrid, Ed. Asociación Cultural Acción Paralela, 1997, página 26 y 27.


(Fragmento de un artículo de José Gómez Isla, titulado Animales Mediáticos - El papel del arte en la cultura de masas).

Noches sin copyright


















(Por Marianela Primo) La consigna dada por la profesora, esta mañana, es más que clara: realizar una monografía sobre “Infancia marginal”. Los alumnos volvemos a casa con la entera decisión de concretar ese trabajo hoy mismo.

Imagino el regreso de todos: coloridas mochilas van quedando al paso de cada joven que vuelve con la sola idea del almuerzo más suculento. Disfruto de cada sabor y hasta decido involucrar mis dedos en el control remoto. Sé que todavía me espera una jornada extensa: la del papel de sabueso rastreador de la verdad, la que me traerá la noche aunque no le tenga miedo. Mucho antes, mi escritorio rebasará de datos, de fotografías, de testimonios, de realidad.

Pasada ya la hora de sobremesa, no puedo despegar la mirada de aquella fabulosa serie norteamericana, cuya segunda temporada se estrena hoy, y que narra la historia de cuatro jóvenes que se parecen mucho a nosotros aunque, en realidad, nosotros nos pareceríamos a ellos si viviéramos en su país.

Cuando por fin una tanda publicitaria sobre telefonía celular -que parece inmortal- descarría este embelezo, todavía puedo ubicarme en la mesa, con mis padres, en aquel comedor tan iluminado que patrocinan los tres ventanales. Papá decidió incluirlos cuando imaginó este hogar, para que sus hijos transitaran tardes eternas de lectura en el sillón grande, el que lo albergaba a él desde pequeño, durante la misma actividad.

Advierto, de repente, que debajo del televisor, en el estante donde siempre hubo revistas, hoy también las hay. Pero sólo hoy las vigilo con una curiosidad distinta porque hoy es el día en que voy a atreverme a ojearlas, sospechando que proporcionarán parte importante de la información que necesito.

Quizá mis amigos puedan prestarme algunos libros. Seguro que ahora ellos están “conectados”. Ahora sí, encuentro una idea con la suficiente fuerza como para vencer el capítulo que hoy se estrenaba, aunque de todos modos acaba de terminar. El botón rojo del control remoto, mientras se repone de mis órdenes, me ve subir al encuentro de la PC.

Ya son las cuatro de la tarde y el sol empieza a importunar. Sin embargo, este cuarto es más que cómodo para hacer la tarea. Pero antes, la pantalla de la máquina que acaba de encenderse, despliega una ventana celeste que invita a iniciar sesión y reencontrarme con mis compañeros, a los que hace ya tres largas horas que no veo.

Entre debate y debate, e intercambio de opiniones sobre cómo encarar esta comprometida investigación, las agujas del reloj se apresuran, como si afuera la luna les prometiera revelar un misterio. La cabeza ya me duele y no queda otra que echar mano a lo que prometí no volver a hacer aquella noche en la que me sentí Judas.

Internet me ofrece todo lo que necesito y los datos aparecen en párrafos ya redactados por alguien a quien no conozco pero que, sólo en oportunidades tan extremas, me atrevo a tenerle confianza.

Abro la auxiliadora ventana del Explorer y no tardo en tipear el nombre del buscador más acudido por los jóvenes en situación de investigación. “Infancia marginal”, es todo mi trabajo sobre el teclado.

Restringiendo mi búsqueda sólo a portales argentinos, 16.273 páginas se arrojan como resultado. Sin criterio de selección -estoy segura que en la web hay gente inteligente- escojo algunas como para lograr el collage más completo. Siento culpa, pero ya es tarde. Además, copiar fragmentos y pegarlos en un documento de Word también exige su esfuerzo, ¿o no? Por ejemplo, debí tomarme el trabajo de reemplazar muchas palabras confusas que jamás hubieran salido de mi boca.

Sí, de acuerdo, un tema tan controvertido y tan real de nuestras épocas y tan omnipresente en esta misma ciudad quizá hubiera requerido, precisamente, mayor contacto con la realidad, con las víctimas. También podría haber hecho mis propias observaciones y reflejar una conclusión personal.

Está bien. Pero aunque cada tanto delegue mis criterios a gente desconocida, no quiere decir que la tarea, siempre ya resuelta por otro, atrofie mi capacidad adquirida de interpretación y de creación.

El título del trabajo fue mío: “La infancia y la marginalidad”.


(Relato publicado en www.prensared.com.ar y producido en el Taller de Redacción Periodística del Cispren y Radio Nacional Córdoba, coordinado por Alexis Oliva).

Rock global y gratuito en la web

Bono y Adam Clayton en el histórico concierto
del 25 de octubre en el Rose Bowl de Los Angeles

Desde su irrupción en el universo cultural, el rock and roll fue y sigue siendo sinónimo de música joven, condición desde la que surfea con toda naturalidad sobre la ola de las nuevas tecnologías.

El último 25 de octubre, la banda irlandesa U2 dio en el Pasadena Rose Bowl de California el concierto más masivo de la historia del rock. El nombre de la gira, 360º Tour, alude a la disposición circular y giratoria del escenario, que permite optimizar la capacidad de los estadios para que, en este caso, pudiera alcanzar la cifra record de cien mil espectadores.

Tanto como su vocación política, la espectacularidad de sus escenarios y la incorporación de tecnología son es parte de la marca registrada de la agrupación nacida en Dublín en 1976, como en los conciertos multimedia de ZooTV Tour (1992/93) o el impresionante arco dorado del PopMart Tour (1997/98) que parodiaba a las cadenas K-Mart y Mc Donalds.

Pero, esta vez, lo más innovador fue la transmisión en directo, que a través de YouTube llegó a los cinco continentes y a diez millones de cibernautas, que pudieron disfrutar la voz de Bono, la guitarra de The Edge, el bajo de Adam Clayton y la batería de Larry Mullen, en una comunión virtual inédita. La experiencia también significó un pico de audiencia para la web líder en distribución de vídeo a través de Internet, cuyo anterior uso del streaming fue en oportunidad de las últimas conferencias de Barack Obama.

“U2 convirtió YouTube en U2ube”, titularon algunos medios la noticia del acontecimiento. A su vez, la empresa declaró en un comunicado: “YouTube está comprometido con el libre acceso al contenido en todos lados y a cualquier hora. Es por ello que hemos trabajado con los organizadores para que este concierto en vivo acerque a una de las bandas más populares del mundo con la gente que, en circunstancias distintas, tal vez no pudiera experimentarlo. Todo lo que necesitas para ser parte de la experiencia es una computadora y una conexión a Internet”.




¿Cómo seguir apostando a la educación?

Escena de La Sociedad de los Poetas Muertos,
de Peter Weir, un clásico del cine sobre educación

(Por Silvina Chali) A propósito de “¿Quién es el experto ahora?”, hace un par de años que me hice las siguientes preguntas… ¿Por qué recuerdo a mi maestra de cuarto grado con tanto cariño y las otras maestras quedaron en el olvido? ¿Qué hizo que me fascinara tanto historia en tercer año? ¿Por qué nunca olvidé a mi primera profe de piano?

Una parte de las respuestas me la dio Sigmund Freud en su texto “Psicología del Colegial”, donde describe los movimientos afectivos que se producen en la relación docente-alumno:
“Nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida (…) los cortejábamos, o nos apartábamos de nuestros profesores, imaginábamos su probable simpatía o antipatía, estudiábamos sus caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros tomándolos como modelos (…) atisbábamos sus más pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su sapiencia, de su justicia. En el fondo los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para ello”.

Indagando aún más, supe que a esto se le llama Transferencia. La Transferencia es el amor dirigido a aquel a quién se le supone un saber. Al analista se le supone un saber sobre los constituyentes del ser; el pedagogo es un sujeto que posee un saber adquirido, transmitido por sus maestros y que él ha de transmitir a su vez desde una posición de autoridad necesaria para que el alumno posea ese saber.

Las condiciones requeridas para la instalación de la transferencia se encuentran en la asimetría de lugares. En el proceso de enseñanza aprendizaje, hay sin duda una disparidad intrínseca entre los dos protagonistas: uno ocupa la función del docente, el otro del alumno.

El docente detenta un saber que aspira inculcar al alumno. La transmisión de ese saber no se efectúa desde una posición de neutralidad, porque el propio saber nunca es neutro, es portador de una gran carga afectiva y de significaciones múltiples. La transmisión de conocimiento nunca se efectúa de manera aséptica, muy por el contrario, está teñida de incidencias afectivas, muchas veces favoreciendo el proceso de enseñanza aprendizaje; otras, entorpeciéndolo.

Pero indagué aún más para dar respuestas a mis preguntas y me encontré con Jacques Lacan, quién pone como fundamento de la Transferencia el concepto de Sujeto Supuesto al Saber, que puede traducirse como alguien de quien los demás suponen que sabe, el sólo hecho de hacer una pregunta a alguien ya lo constituye como Sujeto Supuesto al Saber.

Jacques Alain Miller, en el libro Recorrido de Lacan, nos dice: “El Sujeto Supuesto al Saber, es para nosotros el pivote con respecto al cual se articula todo lo que tiene que ver con la transferencia. “Pivote” es una palabra interesante que puede designar ese trozo de metal o madera sobre el cual gira algo y en forma figurada, señala el sostén principal de algo”.

Al comienzo del Seminario VIII La transferencia, Lacan enfatiza la noción de asimetría de los sujetos involucrados en esta relación: “He anunciado este año que trataré la transferencia en su disparidad subjetiva (…) disparidad no es un término que me haya sido fácil elegir. Indica fundamentalmente que se encuentra en juego algo que va más allá de la asimetría entre los sujetos. (…) Disparidad subjetiva (…) entiendo por ello que la posición de los dos sujetos en presencia no es de ningún modo equivalente”.

La función del Sujeto Supuesto al Saber puede ser ocupada por cualquier otro a partir del momento en que se establece una relación; por eso decimos que la transferencia en sentido amplio no corresponde en exclusividad a la situación analítica y que el Otro, que no fuera el analista, detentaría lo que el sujeto no tiene a su disposición, lo que le falta.
Por eso sostenemos que existe una relación transferencial en el proceso de enseñanza aprendizaje en donde el Otro (docente) detenta lo que el sujeto (alumno) no tiene a su disposición, lo que le falta.

Ahora bien, me doy cuenta que a mi maestra de cuarto grado, al docente de Historia de tercer año, a mi primera profesora de piano, las coloqué en el lugar de Sujeto Supuesto al Saber ; ya que despertaron en mi curiosidad, me permitieron “impresionarme” con el contenido del saber y ambicionar ese objeto precioso que poseían mis maestros.

Hoy, no puedo desconocer que mi práctica como docente está atravesada por la devaluación de la profesión docente, por la ruptura de los lazos sociales, somos sujetos sociales inmersos en la misma realidad socio-económica, implicados además por la responsabilidad ética que nos impone nuestra profesión.

John Keating (Robin Williams), paradigma del docente que por
vías no convencionales logra hacer pensar a sus alumnos


Entonces, ¿cómo seguir apostando a la educación? Lo que puede hacer la educación es conectar al sujeto de la educación con una forma de realización con lo social. Lo que el sujeto quiere saber en cuanto concierne a su educación es si el educador será capaz de interesarse por su peculiaridad y admitirla dándole curso social.

Como dije antes, hablamos de dos saberes en la educación, el del docente, quien conoce los contenidos culturales que cada momento histórico y cada grupo social considera necesario transmitir a las nuevas generaciones, quien muestra e incita a adquirir tal patrimonio y el del alumno, quien es quien tiene la posibilidad de decir si, como decir no, a esa propuesta para adquirir los saberes de la cultura que llamamos educación, donde se plantea lo que Lacan llama disparidad subjetiva, entendiendo por ello que la posición del alumno y del docente no es de ningún modo equivalente, estableciéndose no sólo la relación entre los dos sujetos implicados en este proceso, sino también con el saber.

El docente realiza un ejercicio profesional de la función educativa, ejerciendo su autoridad al legitimar los intereses del alumno, atendiendo y escuchando para saber algo en torno a ellos y realizar una enseñanza pertinente.

Me gusta pensar en el método de enseñanza de Sócrates: la conversación, el diálogo, ese examen en común que requiere de la pregunta que penetra hasta el interior y llega a la respuesta. Sócrates no se identificaba con el saber que otros le suponían. Él hacía uso de los semblantes no creyendo él mismo ser el maestro sabelotodo. Buscaba que sus seguidores precipitaran sus opiniones. Luego los desplazaba con un “no es suficiente”, quiero escuchar otras opiniones. Hacía el semblante del maestro que orienta en la búsqueda del querer saber. Es decir, ponía el saber del lado de sus discípulos y en esa dirección, provocaba el trabajo de búsqueda del saber en sus alumnos. La autoridad que el docente tiene es porque hace su transferencia al saber.

Recortes: Adolescencia, sexo e Internet, según Alejandro Margulis

Ilustración de Luis F. Sanz

“Los adolescentes que muestran su sexualidad en Internet suelen ser estigmatizados tanto por sus pares como por los académicos y los medios. Hijos de la imagen y de las nuevas tecnologías de la comunicación, no se trata de cuestionarlos desde el prejuicio o el miedo sino de entender que están construyendo una nueva sociabilidad ligada a la cultura digital y a los cambios en los usos y costumbres tecnológicos contemporáneos. Sin embargo, la red multiplica hasta un grado nunca antes conocido el narcisismo y el exhibicionismo de los adolescentes.

Un informe de United Press International consignó hace poco, no sin preocupación, de qué modo los adolescentes se sacan fotos o graban videos con sus celulares y cámaras digitales mientras tienen relaciones sexuales, y después los envían por bluetooth a otros teléfonos y los suben a You Tube, Facebook, Fotolog y My Space, con lo cual el “acto íntimo” pasa a ser supuestamente visto por millones de personas, conocidas y desconocidas. En la misma línea monacal se informa acerca de sanciones disciplinarias de los directivos de colegios privados hacia algunos de sus estudiantes “pescados in fraganti” cuando sus imágenes comenzaron a circular por la red. (…)

(Ver El debut sexual de los adolescentes está dejando de ser un acto íntimo, en diario Clarín)

“Ocurre sin embargo que los adolescentes que utilizan la lógica de las pantallas frías para hacerse ver están construyendo un nuevo código de conducta. Similar acaso, salvando las distancias, al boom de las minifaldas en los años sesenta, van a contrapelo de los criterios pudibundos de su época. Antes lúdicos que pornógrafos, munidos de una cultura tecnológica fuerte y nacidos bajo el hábito de ser fotografiados incluso desde que estaban en los úteros de sus madres (cuando las primeras ecografías hicieron furor a mediados de los años 90) estos chicos “viven” el hecho de aparecer en Internet con toda naturalidad. Indiferentes al prejuicio adulto, sea del orden que sea, su ilusión consiste en concitar la mayor cantidad de comentarios (“post”) de sus pares con el mismo placer que puede sentir un cazador o cazadora de autógrafos cuando llena su cuaderno con las firmas de sus artistas preferidos. (…)

Para quienes defienden el derecho a la expresión juvenil, estas alarmas forman parte de un relato que desconfía, a priori, de los proceso de transformación que vienen dándose en la cultura digital.

Vanguardistas al fin, su estilo se está multiplicando a una velocidad exponencial; en efecto, cualquier persona que “cuelga” una imagen o texto suyo en Internet desea que se llenen rápidamente de comentarios. Internet va convirtiéndose para cada vez más personas en el espacio de reconocimiento universal, uno donde ser vistos y comentados, así sea al paso. Sin edición, sumando todo lo que fotografiaron, la fugacidad o profundidad del comentario depende sin duda del grado de eficacia de la imagen que haya sido colgada; pero los más chicos no buscan originalidad, algo que consideran una matriz setentista, sino multiplicación: contra lo que podría suponerse si uno se guía por los parámetros tradicionales de propiedad intelectual, cuanto mayor número de personas vea o copie su imagen más cerca estarán de cumplir con su ideal privado, suerte de recompensa que satisface el narcisismo y la necesidad de mostrarse típica de la edad y que no los asusta en lo más mínimo. El adolescente internético busca construir su carisma rápido, y en tren de inmediatez lo sexual, sus cuerpos en actitudes sensuales, solos o acompañados, se convirtió en uno de los paradigmas que aseguran una mayor cantidad de visualizaciones a la mayor velocidad posible”.


Alejandro Margulis, periodista y editor del portal www.ayeshalibros.com.ar Disparos sobre los adolescentes que se desnudan en Internet - Una tendencia que es objeto de más diatribas que análisis. Publicado en Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, agosto de 2009.