Burbules: "Pensar las TIC como un lugar donde crear, colaborar y producir conocimientos"



Doctor en Filosofía de la Educación y profesor de Política Educacional en la Universidad de Illinois (Estados Unidos), Nicholas Burbules es especialista en educación y TIC. En una entrevista audiovisual publicada en el portal Educ.ar, sostiene que “las nuevas tecnologías son herramientas demasiado valiosas como para dejarlas fuera del aula”.

Con producción y entrevista de Verónica Castro, cámara y edición a cargo de Paula Marotta y traducción de Gabriela Pablo, en este extenso reportaje Burbules desdramatiza la irrupción de las nuevas tecnologías en el ámbito educativo, remitiéndose a su propia historia escolar y el paralelismo con el presente de su hijo de nueve años: “Si volviera a ser un niño, hoy estaría completamente inmerso en la tecnología, pasaría todo el tiempo jugando a los videojuegos. En realidad, no lo hago porque soy adulto. Actualmente, mi hijo está haciendo películas con la videocámara y esas actividades son las que yo mismo haría: utilizar la tecnología para crear distintas cosas, para crear lo que considero importante. Y lo importante es que en ese proceso él está aprendiendo muchísimo, aunque no se trate necesariamente de información escolarizada”.

En cuanto a los miedos y prejuicios de los educadores frente a la tecnología, el especialista admite que puede tener aspectos tanto positivos como negativos: “Este es el gran dilema que la tecnología nos presenta. El desafío de los educadores es tratar de tomar esos aspectos beneficiosos e incorporarlos a sus propuestas y, por otro, hacer lo imposible por minimizar los peligros, comprendiendo que es inevitable que ambos aspectos aparezcan juntos”.



Las siguientes son algunas de las definiciones y opiniones de Nicholas Burbules en la entrevista:

"La naturaleza de la tecnología está cambiando permanentemente. Usamos expresiones como TIC que realmente representan una buena descripción de lo que en la actualidad muchísima gente está haciendo con la tecnología. ¿Es YouTube una tecnología de la información y la comunicación? En realidad, es algo más porque es también hacer videos. Podría dar cantidad de ejemplos al respecto: un espacio creativo, un lugar donde construir, realizar y compartir los productos que surgen de la creatividad y el conocimiento".

“Sé que para los educadores resulta complejo, pero una de las maneras con la que yo intento que los maestros se sientan más involucrados en esta tarea es haciéndolos participar a ellos mismos de los placeres de la creación”.

“Lo más importante que puedo decirles a todos los docentes es que se involucren en la cultura de las TIC como un lugar donde crear, donde colaborar, compartir, producir nuevos conocimientos y nuevos recursos. Pienso que si podemos hacer que entiendan esto, las resistencias desaparecerán, porque podrán utilizarlas no sólo como una herramienta educativa, sino también como un espacio en el que ellos mismos estarán participando y del que se beneficiarán”.

Una mirada sobre la capacitación en TIC


“Generacionalmente, esto no es natural para nosotros. Es un recurso que se sumó con el tiempo. Muchos alumnos se asombran de que nosotros no le tengamos miedo a la computadora”, relata una docente en una video-entrevista realizada en el IPEM Rafael Escutti Nº 169, de barrio Juan Pablo II, en la periferia norte de la ciudad de Córdoba.

El audiovisual, producido por los referentes TIC Manuel Vivas y Ely Gatica (PROMEDU Córdoba), muestra la importancia de las tecnologías de la información y la comunicación como herramientas pedagógicas que favorecen la inclusión educativa en contextos sociales vulnerables.

Este trabajo, que recoge el testimonio de dos docentes de la institución e imágenes de las actividades desarrolladas por los alumnos, fue exhibido en la sede del Ministerio de Educación de la Nación, en el marco del lanzamiento del plan de “Inclusión Digital Educativa en el Bicentenario Argentino”, realizado el 9 y 10 de febrero pasado.

Una de las entrevistadas, Alejandra Kasslatter, profesora de Formación Ética y Ciudadana, señala que los docentes que participaron en estas instancias de capacitación pudieron “lograr cosas que nunca nos habíamos imaginado y conocernos más nosotros mismos, porque quizás no sabíamos que teníamos tanta creatividad adentro. Porque con los recursos tan limitados que teníamos, la creatividad era hasta allí, tenía un límite. Ahora no, ahora cada chico, aunque uno le enseñe lo mismo, responde de distintas maneras y crea cosas maravillosas desde distintos puntos de vista. Producciones únicas, porque cada uno hace algo único”.

Como anécdota que ilustra este cambio de mentalidad, Kasslatter recuerda: “Nosotros no usábamos la sala de Informática; al cañón le teníamos miedo, no era para nosotros, era para los informáticos que manejaban la tecnología. Nosotros no nos íbamos a atrever a tocar el cañón, por miedo a que se rompa, por una cuestión de respeto hacia la tecnología… Ahora muchos profesores se sumaron y ahora todos nos peleamos por el cañón, por la sala de Informática y por los recursos”.

A su vez, Ana María Alessandría, docente de Antropología, expresa que su acercamiento a la capacitación en TIC estuvo motivado por “la sensación de que los alumnos tienen un poco de desinterés por el aprendizaje y no sabés cómo incentivarlos y producir cambios en la dinámica de la clase”. Y señala que “en este medio donde estamos trabajando, donde por ahí no tienen la convicción de para qué están en la escuela, ellos vienen a la escuela supuestamente por mandato familiar, pero no tienen sus padres experiencia de escuela secundaria y no hay verdaderamente un seguimiento, entonces es una manera de atraerlos y darle sentido al aprendizaje”.

“Si yo (alumno) aprendo de acuerdo a mi ritmo y a mis intereses, dentro por supuesto de la temática que se plantea, y si puedo hacer una producción con eso, que puedo mostrar a los demás y me puede enorgullecer de lo que logro, me parece que es cambiar totalmente el paradigma”, sostiene Alessandría.



"Escuelas Argentinas", pequeños tesoros audiovisuales


Son verdaderas pinceladas de talento narrativo audiovisual; una sacudida de ternura que te reconcilia con la educación y con la argentinidad; una breve ducha de fresca esperanza.
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El proyecto Escuelas Argentinas comprende a una veintena de cortos de alrededor de un minuto de duración, dirigidos por Bruno Stagnaro y emitidos por el canal estatal Encuentro, con una cuidada estética cinematográfica que escapa a los formatos clásicos de la televisión.
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Maestros y alumnos de distintos rincones del país protagonizan estas breves pero profundas historias que ocurren en escuelas, urbanas y rurales, y de distinta índole y orientación.
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Allí pueden verse desde la entrerriana escuela flotante de Victoria hasta el Monserrat cordobés. Allí pueden apreciarse desde la tecnología de la esquila, hilado y tejido de lana ovina en Almohadón, hasta el manejo de las TIC en La lata mágica para sacar fotos con una vieja cámara para regalo del Día de la Madre; desde la travesía en bote o en moto para llegar al colegio, hasta el melancólico último día de clase en una cárcel; desde el rescate arqueológico de una vasija sunchituyoc en Santiago del Estero, hasta la perplejidad jujeña frente a la palabra mar. Y todo en medio de paisajes tan dispares y bellos como variada es la geografía y el clima de este país.
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“Lo que más nos interesa plasmar con Escuelas Argentinas es rescatar historias de tipos que se esfuerzan por lograr transmitir conocimiento en lugares donde no hay nada. (…) Es como que ves que los pibes necesitan de la escuela. Y si no estuviera la escuela, se sentiría el vacío”, expresa el director en una entrevista del mismo canal Encuentro.
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De eso se trata, de mostrar la frescura y la magia de esos chicos y de valorar la solidaridad y el compromiso de tantos docentes que tienen claro que su trabajo implica un “algo más” que enseñar.
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Para descargar los capítulos de la primera temporada: http://descargas.encuentro.gov.ar/programa.php?programa_id=36

Recuerdos cortazarianos de mi vida sin TIC


(Por Alexis Oliva)

Texto híbrido perpetrado a partir de un menjunje de cosas vividas y leídas, trancas tecnológicas varias y el temor a que, de tanto digitalizar y multiplicar sus imágenes, el dolor de los demás deje de conmovernos. Valga también como homenaje a ese grande que se llamó Julio Cortázar y que no alcanzó a conocer el Google, el i-phone o el Facebook, pero sí a pensar a fondo sobre la comunicación humana.


Extraño aquel nudo que crecía en mi estómago mientras la esperaba, la incertidumbre de no saber si vendría o no, la ansiedad que me generaba cada minuto de demora.

Ella era de tardar, pero venía. Igual yo lo mismo me iba empantanando en el pavor y la certeza de que no iba a venir, porque no tenía ganas de verme o por algún motivo más terrible. Hasta que por fin llegaba, los nubarrones se despejaban y todo se iluminaba con ella. Ese glorioso instante pagaba con creces el sufrimiento de la espera.

Escenas como esta pertenecen a la prehistoria. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) las extinguieron. Ahora un mensajito de texto (“Estoy llegando” o simplemente “voy”) disipa la ansiedad pero también destruye la acumulación energética de la espera y esa mezcla de alivio, placer y felicidad en el encuentro.

Era un tiempo en que no había celulares y uno desconfiaba hasta de la tecnología del portero eléctrico, que justo podía dejar de funcionar en el instante crucial en que ella por fin llegara. Y la telefonía móvil también mató aquellos papelitos pegados en el portero: “Amor, ya vuelvo, fui a comprar una birra”.


Sensaciones



También recluyó al museo de la literatura esa conmovedora escena -con la que tanto me identificaba en aquellos tiempos de urgencias sentimentales y hormonales- que narró Julio Cortázar en su cuento Las armas secretas, cuando Pierre espera y desespera en su cuarto de estudiante la visita de su amada Michèle.


“Las seis, la hora grave”, piensa Pierre. La hora dorada en que todo el barrio de Saint-Sulpice empieza a cambiar, a prepararse para la noche. Pronto saldrán las chicas del estudio del notario, el marido de madame Lenotre arrastrará su pierna por las escaleras, se oirán las voces de las hermanas del sexto piso, inseparables a la hora de comprar el pan y el diario. Michèle ya no puede tardar, a menos que se pierda o se vaya demorando por la calle, con su especial aptitud para detenerse en cualquier parte y echar a viajar por los pequeños mundos particulares de las vitrinas. Después le contará: un oso de cuerda, un disco de Couperin, una cadena de bronce con una piedra azul, las obras completas de Stendhal, la moda de verano. Razones tan comprensibles para llegar un poco tarde. (…)

¿Por qué no llega Michèle? Se sienta al borde de la cama arrugando el cobertor. Ya está, ahora tendrá que tirar de un lado y de otro, reaparecerá el maldito borde de la almohada. Huele terriblemente a tabaco, Michèle va a fruncir la nariz y a decirle que huele terriblemente a tabaco. (…)

Si no viene es porque está absorta delante de la vitrina de una ferretería o una tienda encantada con la visión de una pequeña foca de porcelana o una litografía de Zao-Wu-Ki. (…)

¿Por qué no llega Michèle? Ya no vendrá, es inútil seguir esperando. Habrá que pensar que realmente no quiere venir a su cuarto. (…) La ha estado esperando desde las cinco, aunque ella debía llegar a las seis; ha alistado especialmente para ella el cobertor azul, se ha trepado como un idiota a una silla, plumero en mano, para desprender una insignificante tela de araña que no hacía mal a nadie. Y sería tan natural que en ese mismo momento ella bajara del autobús en Saint-Sulpice y se acercara a su casa, deteniéndose ante las vitrinas o mirando las palomas de la plaza. (…)

-Qué tontería -dice Michèle- ¿Por qué no iba a querer ir a tu casa, si habíamos quedado en eso?

Cuesta imaginar a Michèle enviando un sms que diga algo así como “Mon amour, je serai un peu tard”.

Pobre Julio, no alcanzó a conocer este mundo tan normal y tranquilizador. Para él, la tecnología de la comunicación sólo tuvo tiempo de ser un motivo de perplejidad, inquietud y reflexión existencial.


Sonidos




Como en la introducción al disco con sus lecturas, donde a modo de disculpas plantea: "La idea de grabar un disco de manera más o menos académica, leyendo un texto tras otro, con esa sensación de cosa muerta que dan los discos de escritores, no me gusta demasiado. En el fondo, siempre es más interesante escuchar a un escritor cuando lo entrevistan en la radio, en la medida en que las pausas, las equivocaciones, su respiración, todo eso es una cosa más viva, una presencia más convincente. (...) Tengo muchos discos grabados por poetas y novelistas y siempre me ha molestado eso de sentir que a un señor lo sientan en una silla en un estudio de grabación, y él ha preparado ya determinados textos, y hay un gran silencio, y luego sale una voz como de la nada, una voz que parece ya muerta. Y del otro lado, habrá un día un señor que comprará el disco, lo escuchará en su casa y será también un poco como si él estuviera muerto cuando lo escucha".

Por eso propone improvisar, porque quisiera sentirse “como si estuviera en la misma habitación en donde usted oye ahora este disco. Y cuando digo usted, usted no existe para mí. Sin embargo, vaya si existe porque usted y yo somos este encuentro entre tiempos y espacios distintos, una anulación de esos tiempos y esos espacios, y eso es siempre la palabra y la poesía”.

O como en el texto La tos de una señora alemana, cuando luego de escuchar una grabación de un concierto de Wilhem Furbengler de los días posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, se pregunta quién será esa mujer que se escucha toser en un instante en medio de la música del Concierto en Re, de Ludwig Van Beethoven, y cómo ese pequeño sonido, proferido treinta años antes, “ahora reiteraba su diminuto fantasma en millares y millares de oídos que escuchaban un concierto en otro tiempo y otro espacio” y se convertía en “un puente y un signo y una llamada”.

Luego de describir esta especie de milagro tecnológico, Cortázar se -y nos- preguntaba: "¿Quién fue esa mujer? ¿Dónde se sentó esa noche? ¿Está aún viva en alguna parte del mundo? ¿Por qué esa tos hace nacer estas líneas en otro tiempo, bajo otro cielo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que lo maravilloso no es más que uno de los juegos de la ilusión?"


Imágenes



O como en Nicaragua, tan violentamente dulce, título del libro en que Cortázar recopila, en 1983, varios de sus artículos y relatos sobre la revolución sandinista. En Apocalipsis de Solentiname, aborda el poder testimonial de la imagen fotográfica, una de sus obsesiones.

Pero antes hubo fotos de recuerdo con una cámara de esas que dejan salir ahí nomás un papelito celeste que poco a poco y maravillosamente y polaroid se va llenando de imágenes paulatinas, primero ectoplasmas inquietantes y poco a poco una nariz, un pelo crespo, la sonrisa de Ernesto con su vincha nazarena, doña María y don José recortándose contra la veranda. A todos les parecía muy normal eso porque desde luego estaban habituados a servirse de esa cámara pero yo no, a mí ver salir de la nada, del cuadradito celeste de la nada esas caras y esas sonrisas de despedida me llenaba de asombro y se los dije, me acuerdo de haberle preguntado a Óscar qué pasaría si alguna vez después de una foto de familia el papelito celeste de la nada empezara a llenarse con Napoleón a caballo, y la carcajada de don José Coronel que todo lo escuchaba como siempre, el yip, vámonos ya para el lago.

Ese día, el escritor toma con su propia cámara unas diapositivas, que hará revelar a su regreso a París. Al contemplarlas en su departamento, una imagen imprevista aparece dentro de una imagen prevista, como ocurre también en su cuento Las babas del diablo (Blow-Up, en la versión cinematográfica de Michelangelo Antonioni). Sólo que esta vez el drama fotografiado es real.

Anochecía y yo estaba solo, Claudine vendría al salir del trabajo para escuchar música y quedarse conmigo; armé la pantalla y un ron con mucho hielo, el proyector con su cargador listo y su botón de telecomando; no hacía falta correr las cortinas, la noche servicial ya estaba ahí encendiendo las lámparas y el perfume del ron; era grato pensar que todo volvería a darse poco a poco.

Pasaron las fotos de la misa, más bien malas por errores de exposición, los niños en cambio jugaban a plena luz y dientes tan blancos. Apretaba sin ganas el botón de cambio, me hubiera quedado tanto rato mirando cada foto pegajosa de recuerdo, pequeño mundo frágil de Solentiname rodeado de agua y de esbirros como estaba rodeado el muchacho que miré sin comprender, yo había apretado el botón y el muchacho estaba ahí en un segundo plano clarísimo, una cara ancha y lisa como llena de incrédula sorpresa mientras su cuerpo se vencía hacia adelante, el agujero nítido en mitad de la frente, la pistola del oficial marcando todavía la trayectoria de la bala, los otros a los lados con las metralletas, un fondo confuso de casas y de árboles.

Asombrado y golpeado por la imagen, piensa que no es suya, que en la óptica le dieron “las fotos de otro cliente”. Y continúa mirando, pero ya su mente no ve sus propias diapositivas, sino una secuencia imaginaria y al mismo tiempo verídica, una suerte de “video clip” del terrorismo de Estado que azotaba -y azota- a Latinoamérica, en donde cree reconocer a Roque Dalton, el poeta y revolucionario salvadoreño -autor de Los policías y los guardias, Oh Ligarquía, Por qué escribimos y el no menos político Poema de Amor-, fusilado por sus propios compañeros el 10 de mayo de 1975.

Sé que seguí; frente a eso que se resistía a toda cordura lo único posible era seguir apretando el botón, mirando la esquina de Corrientes y San Martín y el auto negro con los cuatro tipos apuntando a la vereda donde alguien corría con una camisa blanca y zapatillas, dos mujeres queriendo refugiarse detrás de un camión estacionado, alguien mirando de frente, una cara de incredulidad horrorizada, llevándose una mano al mentón como para tocarse y sentirse todavía vivo, y de golpe la pieza casi a oscuras, una sucia luz cayendo de la alta ventanilla enrejada, la mesa con la muchacha desnuda boca arriba y el pelo colgándole hasta el suelo, la sombra de espaldas metiéndole un cable entre las piernas abiertas, los dos tipos de frente hablando entre ellos, una corbata azul y un pullover verde.

Nunca supe si seguía apretando o no el botón, vi un claro de selva, una cabaña con techo de paja y árboles en primer plano, contra el tronco del más próximo un muchacho flaco mirando hacia la izquierda donde un grupo confuso, cinco o seis muy juntos le apuntaban con fusiles y pistolas; el muchacho de cara larga y un mechón cayéndole en la frente morena los miraba, una mano alzada a medias, la otra a lo mejor en el bolsillo del pantalón, era como si les estuviera diciendo algo sin apuro, casi displicentemente, y aunque la foto era borrosa yo sentí y supe y vi que el muchacho era Roque Dalton, y entonces sí apreté el botón como si con eso pudiera salvarlo de la infamia de esa muerte y alcancé a ver un auto que volaba en pedazos en pleno centro de una ciudad que podía ser Buenos Aires o São Paulo, seguí apretando y apretando entre ráfagas de caras ensangrentadas y pedazos de cuerpos y carreras de mujeres y de niños por una ladera boliviana o guatemalteca, de golpe la pantalla se llenó de mercurio y de nada y también de Claudine que entraba silenciosa volcando su sombra en la pantalla antes de inclinarse y besarme en el pelo y preguntar si eran lindas, si estaba contento de las fotos, si se las quería mostrar.

Hoy que la tecnología nos asedia, nos atiborramos de imágenes en una “bulimia visual” (José Gómez Isla) y la música grabada “nos asalta” (Pascal Quignard), hoy que las fotografías de niños hambrientos o mutilados circulan por Internet con la estética del golpe bajo y la ética liviana de la militancia virtual, hoy quizás debamos -como Cortázar- apretar el “pause” de esta vorágine y ponernos a pensar un rato en dónde y cómo encaja el ser humano en esta historia.