Por si acaso necesitamos que alguien nos explique aquella elocuente sentencia de Los Redonditos de Ricota: “El futuro llegó hace rato” (Todo un palo, en Un baión para el ojo idiota, 1988), para que nos termine de quedar bien clarito aquí está el más certero futurólogo, que escribió esto allá por... ¡1971!
Las sociedades de alta tecnología experimentan el cambio con una velocidad mucho mayor que la normal.
No existe un modo absoluto de medir el cambio, ya que se producen simultáneamente un número infinito de corrientes de cambio.
Todos estos son procesos, no hay un punto estático para poder medir el cambio. Por lo tanto, el cambio es necesariamente relativo.
También es desigual. Si todos los procesos se desarrollaran a la misma velocidad, o incluso si se acelerasen y frenasen el mismo tiempo, sería imposible observar el cambio. Pero el futuro invade el presente a distintas velocidades, y así se hace posible comparar la rapidez de los distintos procesos a medida que se desarrollan: el patrón para esta comparación es, entonces, el tiempo.
La tecnología es una de las fuerzas más importantes que promueven el impulso acelerador. Las nuevas ideas se ponen en práctica mucho más rápido que en tiempos pasados. El lapso entre la concepción original y su empleo práctico, se ha reducido de un modo radical. También se requiere menos tiempo para difundirla en la sociedad.
Asimismo, cada nueva máquina o técnica es una nueva fuente de ideas: se generan combinaciones con máquinas y técnicas preexistentes, formando nuevas “supermáquinas”. Pero lo realmente importante de los desarrollos tecnológicos pasa por la posibilidad de resolver problemas con un método diferente; sugieren nuevas soluciones a problemas sociales, filosóficos e incluso personales. Alteran todo el medio intelectual del hombre, su manera de pensar y de ver el mundo.
La tecnología es el motor, un acelerador, y el conocimiento es el “carburante”.
El almacenamiento de conocimientos del hombre ha aumentado a través de la historia, desde antes de la escritura, pasando por la imprenta hasta llegar a la computadora.
El conocimiento es poder, pero también es cambio, y la adquisición acelerada de conocimientos, que alimenta al gran motor de la tecnología, implica la aceleración del cambio.
Hay una reacción en cadena del cambio: descubrimiento - aplicación - impacto - descubrimiento... en definitiva es la aceleración del desarrollo social humano.
La aceleración del cambio es también una fuerza psicológica. La aceleración externa produce una aceleración interna, perturbando nuestro equilibrio interior.
También abrevia la duración de muchas situaciones. Altera radicalmente el equilibrio entre las situaciones nuevas y las conocidas. Así, los grados crecientes de cambio nos obligan a enfrentarnos con un número creciente y acelerado de situaciones a las que no puede aplicarse la experiencia personal anterior.
Para enfrentarse al cambio y evitar el “shock del futuro”, el individuo debe convertirse en un ser infinitamente más adaptable y sagaz que en cualquier tiempo anterior.
Alvin Toffler, El Shock del Futuro, Editorial Plaza y Yanes, colección El Arca de Papel, Barcelona, 1974.
Alvin Toffler: El futuro llegó...
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Arte y terrorismo visual
(…) La mayoría de los medios masivos de difusión de imágenes, como el cine, la televisión o Internet, se han ido adueñando paulatinamente de esa parcela social abandonada por el arte plástico y que la sociedad ha ido demandando crecientemente, no tanto como medio de conocimiento, sino fundamentalmente como medio de entretenimiento y evasión en nuestra mal llamada “cultura del ocio”. La narrativa, erradicada de la escena plástica del período vanguardista de entreguerras, ha vuelto ha cobrar carta de naturaleza en la nueva escena mediática.
Pero no es que únicamente el arte haya perdido protagonismo frente a los medios de masas que son capaces de llegar más directamente al público actual. Además de ello, esa demanda masiva de imágenes generadas mediante otros medios visuales ha condicionado, por contagio, nuestra manera de leerlas y consumirlas desde otros foros de expresión y comunicación. Irremediablemente esto ha provocado en el entramado social una paulatina pérdida de la capacidad de contemplación y de emoción de las imágenes artísticas que antaño fueron objeto de culto, tanto en el templo como en el museo. En este sentido, Walter Benjamin ya analizaba ese vanidoso esfuerzo del arte de finales del XIX por llegar a una mayor cantidad de público, donde el valor exhibitivo ganaba terreno en detrimento del valor cultural: “La contemplación simultánea de cuadros por parte de un gran público, tal y como se generaliza en el siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura, que en modo alguno desató solamente la fotografía, sino que con relativa independencia de ésta fue provocada por la pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas” (1). Frente a la contemplación detenida y la emoción contenida (situándonos frente a una obra de arte con una actitud de recogimiento casi místico, que implicaba sustraerse al mundo real) y que era capaz de elevar nuestra alma a otras esferas de conocimiento espiritual, desde mediados del siglo XX otra tendencia alternativa va ganando exponencialmente más adeptos en favor de una contemplación más aséptica, atropellada e irreflexiva de las imágenes. La mirada contemplativa se ha visto rápidamente sustituida por el concepto de “visión” o “visionado” de fugaces percepciones visuales en la sociedad de consumo. Es sintomático que hoy solo nos limitemos a echar vistazos superficiales a la mayoría de las imágenes sin detenernos más de lo necesario a degustarlas visualmente, puesto que esto nos impediría consumir otras imágenes de igual valor, aunque no sepamos ya jerarquizar a ciencia cierta su orden de importancia. El aturdimiento provocado por el consumo masivo de estímulos visuales nos impide discernir a qué tipo de imágenes deberíamos prestar más atención, ante el actual bombardeo mediático. Esto ha impuesto una aceleración en nuestro modo de mirar que también se ha hecho notar en nuestra manera compulsiva de visitar los museos, sobre todo los de arte contemporáneo. En las galerías y museos actuales ya apenas somos capaces de fijar nuestra mirada; tan sólo nos limitamos a hacer barridos visuales de reconocimiento siendo capaces incluso de ver una exposición caminando, sin perder el paso, echando ojeadas exploratorias (como un radar de rastreo) sin detenernos a contemplar los matices de la ejecución de las obras, aquella pincelada sutil o rotunda, aquel acabado o aquella huella que el artista imprimió sobre la materia prima.
Quizás lo único que actualmente es capaz de provocar pequeños destellos de atención es el puro impacto psicológico que nos contagian las noticias e imágenes difundidas por los medios visuales de comunicación. Su resplandor reverbera como el de una estrella fugaz, cuya estela nos deslumbra sólo momentáneamente, aunque enseguida pierde fuerza y vigencia. Lo nuevo se torna rápidamente obsoleto -envejece mal-, y esto hace que necesitemos visualizar compulsivamente nuevas imágenes de consumo rápido. Nuestros ojos se han acabado convirtiendo en órganos bulímicos que necesitan ser alimentados constantemente ante su insaciable apetito visual. En este sentido, para D’ Ors Führer, existe una clara diferencia entre nuestra manera de ver las artes plásticas tradicionales (pintura, escultura, arquitectura, cerámica, etc.), respecto a las artes visuales (fotografía, cine, comic o publicidad) engendradas en buena medida por los recursos de la Industria. Para él, “las artes plásticas (...) tocan o acarician la sensibilidad del hombre en el aspecto intelectual y espiritual, mientras que las artes visuales golpean los sentidos en el aspecto sentimental o psicológico” (2).
En este último cuarto de siglo, pero sobre todo con mayor intensidad en la década de los 90 que acaba de tocar a su fin, el arte plástico se ha contagiado de esta celeridad de consumo visual que han impuesto los medios de comunicación de masas. Conscientes de su falta de competitividad respecto a las estrategias y la omnipresencia de los mass media, las corrientes artísticas de esta última década han decidido unirse a su enemigo y utilizar las mismas armas de combate que despliegan el cine, el video, la televisión o el ordenador desde sus omnipresentes pantallas. Por tanto, a poco que nos paremos a reflexionar y analizar el corpus artístico de estos últimos años, no podemos pasar por alto el creciente protagonismo de las técnicas usurpadas de los mass media y de las nuevas tecnologías de la comunicación. Con el perfeccionamiento y la fácil manipulación de las imágenes de registro, (3) estas nuevas tecnologías han pasado a estar indisolublemente unidas a las tendencias actuales más innovadoras y transgresoras. En muchas ocasiones, las nuevas estrategias artísticas se han preocupado por cómo conseguir impresionar a su audiencia con contundentes mensajes (lo más directos posibles) que golpeen impíamente sobre la psicología del espectador. Esto ha desembocado inevitablemente en una creciente barbarie y un batiburrillo demoledor en lo que a la utilización de las técnicas de registro se refiere, donde ya no impera la belleza y la calidad estética de una imagen sino únicamente el morbo, la ocurrencia y el golpe de efecto. Quizás este impacto psicológico -fundado por la sensación de realidad que inauguró el medio fotográfico- se haya trasladado definitivamente al arte contemporáneo incorporando o elevando el llamado punctum barthesiano a un nuevo tipo de categoría estética. En una imagen de registro, según Roland Barthes, el punctum es aquello que no está codificado y que, frente al studium, nos es imposible analizar: “La incapacidad de nombrar es un buen síntoma de trastorno” (4). Por tanto, ese punctum psicológico de una imagen se podría definir como aquello que nos punza, que nos trastorna, que nos deja mudos y sin capacidad de análisis. Precisamente, esa pérdida de nuestra capacidad crítica, en tanto que espectadores pasivos ante las hipnóticas imágenes de registro, es la circunstancia idónea que los mass media aprovechan para lanzarnos sus hordas de sensaciones e impactos visuales que logran aturdirnos con sus dardos anestesiantes. Como decía Paul Virilio, se trata de “sobresaltar al otro, electrocutarlo, desactivarlo. El terrorismo no es sólo un fenómeno político, es también un fenómeno artístico. Se da en la publicidad, en los media, en el reality show, en el media pornográfico. (...) El puñetazo es el inicio de la comunicación: es un puñetazo lo que devuelve a la realidad cuando se carece de palabras. El arte está ahora en ese punto. La tentación terrorista del arte se ha establecido en todas partes”. (5)
(…)
La masacre de la escuela Columbine, recreada
con estética de video games de los '80 por Jon Haddock
Por todo ello, muchos de los creadores de los 90 no solamente adoptan el modus operandi que les ofrecen las técnicas audiovisuales sino que utilizan los mismos canales de difusión para hacer llegar sus obras al gran público. Desde este punto de vista, el valor mediático valora a veces con creces al valor artístico de una obra. Cuanto mayor sea su impacto visual, a menudo mediante felices ocurrencias que se agotan en sí mismas, mayor será el valor mediático de la obra per se. A veces ese valor mediático aumenta exponencialmente, expoliado por la truculenta, escandalosa o trágica vida de su creador, cuando consigue entrar en la maquinaria incontrolada de la mitomanía. La década de los 90 está plagada de ejemplos de este tipo. No hay que olvidar el tipo de estética kistch que invade las obras de Jeff Koons, realizadas en colaboración con su ex mujer, Cicciolina, aprovechando el escándalo y el tirón mediático de su boda y su fama como porno-star. De igual forma, la fotografía de Robert Mapplethorpe han llegado a alcanzar precios exorbitantes, no sólo por el escándalo asociado a los temas sexuales que trata sin pudor alguno, sino por su condición de artista maldito aureolado por el sida. De igual forma, los motivos morbosos del fotógrafo Joel-Peter Wittkin, estéticamente alterados mediante una iluminación barroca, la técnica del blanco y negro y el retoque fotográfico, han hecho que sus imágenes a menudo fuesen más conocidas a través de los medios de información que de las exposiciones y las revistas especializadas. Finalmente, y como ejemplo paradigmático, no podemos pasar por alto la utilización mediática de la artista Orlan en sus performances. Utilizando su cuerpo y su rostro como campo de acción de sus creaciones, Orlan se ha sometido a un buen número de intervenciones quirúrgicas para modificar su aspecto mediante la cirujía plástica. Nada tendría de particular respecto al resto de las operaciones habituales practicadas diariamente en los quirófanos, si no fuese porque estas intervenciones son retransmitidas en directo para deleite del público asistente mediante la telepresencia y la grabación vigilante de la cámara de video. Utilizando en sentido literal la acepción inglesa del self-made-woman, Orlan convierte así las operaciones y la transformación continua de sus rasgos en una performance constante con la que articula su particular discurso expresivo.
Sin cuestionar la capacidad creativa ni el valor expresivo de las obras citadas, lo constatable en todos y cada uno de estos caso es que, cuanto más sobrecogedor y directo sea el producto artístico que se muestra a través de los canales audiovisuales, más puntos suben las acciones de una obra en el parquet bursátil artístico; un valor que ahora tiende a confundirse casi siempre con el mediático, y en no pocas ocasiones, con el nivel de calidad de la obra.
(…)
Notas:
1) Benjamin, Walter. “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936), en Discursos Interrumpidos I, Madrid, Editorial Taurus, 1973, página 45.
2) D’ Ors Further, Carlos. “Muerte de las artes plásticas o apogeo de las artes viduales”, en Diálogo filosófico, número 11, Madrid, Editorial Encuentro, mayo/agosto 1988, página 186.
3) Entendemos por imágenes de registro todas aquellas que han sido producidas por medio de la captura de un fragmento de la realidad a través de una cámara o sobre un soporte fotosensible, magnético o digital, es decir, la fotografía, el video, el cine o el ordenador.
4) Barthes, Roland. “La Cámara Lúcida. Notas sobre la fotografía”, (1980), Barcelona, Ed. Paidos, 1990, página 100.
5) Virilio, Paul y David, Catherine. “Alles ferting: se acabó. (Una conversación)”, en Acción Paralela, número 3, Madrid, Ed. Asociación Cultural Acción Paralela, 1997, página 26 y 27.
(Fragmento de un artículo de José Gómez Isla, titulado Animales Mediáticos - El papel del arte en la cultura de masas).
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Noches sin copyright
Imagino el regreso de todos: coloridas mochilas van quedando al paso de cada joven que vuelve con la sola idea del almuerzo más suculento. Disfruto de cada sabor y hasta decido involucrar mis dedos en el control remoto. Sé que todavía me espera una jornada extensa: la del papel de sabueso rastreador de la verdad, la que me traerá la noche aunque no le tenga miedo. Mucho antes, mi escritorio rebasará de datos, de fotografías, de testimonios, de realidad.
Pasada ya la hora de sobremesa, no puedo despegar la mirada de aquella fabulosa serie norteamericana, cuya segunda temporada se estrena hoy, y que narra la historia de cuatro jóvenes que se parecen mucho a nosotros aunque, en realidad, nosotros nos pareceríamos a ellos si viviéramos en su país.
Cuando por fin una tanda publicitaria sobre telefonía celular -que parece inmortal- descarría este embelezo, todavía puedo ubicarme en la mesa, con mis padres, en aquel comedor tan iluminado que patrocinan los tres ventanales. Papá decidió incluirlos cuando imaginó este hogar, para que sus hijos transitaran tardes eternas de lectura en el sillón grande, el que lo albergaba a él desde pequeño, durante la misma actividad.
Advierto, de repente, que debajo del televisor, en el estante donde siempre hubo revistas, hoy también las hay. Pero sólo hoy las vigilo con una curiosidad distinta porque hoy es el día en que voy a atreverme a ojearlas, sospechando que proporcionarán parte importante de la información que necesito.
Quizá mis amigos puedan prestarme algunos libros. Seguro que ahora ellos están “conectados”. Ahora sí, encuentro una idea con la suficiente fuerza como para vencer el capítulo que hoy se estrenaba, aunque de todos modos acaba de terminar. El botón rojo del control remoto, mientras se repone de mis órdenes, me ve subir al encuentro de la PC.
Ya son las cuatro de la tarde y el sol empieza a importunar. Sin embargo, este cuarto es más que cómodo para hacer la tarea. Pero antes, la pantalla de la máquina que acaba de encenderse, despliega una ventana celeste que invita a iniciar sesión y reencontrarme con mis compañeros, a los que hace ya tres largas horas que no veo.
Entre debate y debate, e intercambio de opiniones sobre cómo encarar esta comprometida investigación, las agujas del reloj se apresuran, como si afuera la luna les prometiera revelar un misterio. La cabeza ya me duele y no queda otra que echar mano a lo que prometí no volver a hacer aquella noche en la que me sentí Judas.
Internet me ofrece todo lo que necesito y los datos aparecen en párrafos ya redactados por alguien a quien no conozco pero que, sólo en oportunidades tan extremas, me atrevo a tenerle confianza.
Abro la auxiliadora ventana del Explorer y no tardo en tipear el nombre del buscador más acudido por los jóvenes en situación de investigación. “Infancia marginal”, es todo mi trabajo sobre el teclado.
Restringiendo mi búsqueda sólo a portales argentinos, 16.273 páginas se arrojan como resultado. Sin criterio de selección -estoy segura que en la web hay gente inteligente- escojo algunas como para lograr el collage más completo. Siento culpa, pero ya es tarde. Además, copiar fragmentos y pegarlos en un documento de Word también exige su esfuerzo, ¿o no? Por ejemplo, debí tomarme el trabajo de reemplazar muchas palabras confusas que jamás hubieran salido de mi boca.
Sí, de acuerdo, un tema tan controvertido y tan real de nuestras épocas y tan omnipresente en esta misma ciudad quizá hubiera requerido, precisamente, mayor contacto con la realidad, con las víctimas. También podría haber hecho mis propias observaciones y reflejar una conclusión personal.
Está bien. Pero aunque cada tanto delegue mis criterios a gente desconocida, no quiere decir que la tarea, siempre ya resuelta por otro, atrofie mi capacidad adquirida de interpretación y de creación.
El título del trabajo fue mío: “La infancia y la marginalidad”.
(Relato publicado en www.prensared.com.ar y producido en el Taller de Redacción Periodística del Cispren y Radio Nacional Córdoba, coordinado por Alexis Oliva).
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Rock global y gratuito en la web
El último 25 de octubre, la banda irlandesa U2 dio en el Pasadena Rose Bowl de California el concierto más masivo de la historia del rock. El nombre de la gira, 360º Tour, alude a la disposición circular y giratoria del escenario, que permite optimizar la capacidad de los estadios para que, en este caso, pudiera alcanzar la cifra record de cien mil espectadores.
Tanto como su vocación política, la espectacularidad de sus escenarios y la incorporación de tecnología son es parte de la marca registrada de la agrupación nacida en Dublín en 1976, como en los conciertos multimedia de ZooTV Tour (1992/93) o el impresionante arco dorado del PopMart Tour (1997/98) que parodiaba a las cadenas K-Mart y Mc Donalds.
Pero, esta vez, lo más innovador fue la transmisión en directo, que a través de YouTube llegó a los cinco continentes y a diez millones de cibernautas, que pudieron disfrutar la voz de Bono, la guitarra de The Edge, el bajo de Adam Clayton y la batería de Larry Mullen, en una comunión virtual inédita. La experiencia también significó un pico de audiencia para la web líder en distribución de vídeo a través de Internet, cuyo anterior uso del streaming fue en oportunidad de las últimas conferencias de Barack Obama.
“U2 convirtió YouTube en U2ube”, titularon algunos medios la noticia del acontecimiento. A su vez, la empresa declaró en un comunicado: “YouTube está comprometido con el libre acceso al contenido en todos lados y a cualquier hora. Es por ello que hemos trabajado con los organizadores para que este concierto en vivo acerque a una de las bandas más populares del mundo con la gente que, en circunstancias distintas, tal vez no pudiera experimentarlo. Todo lo que necesitas para ser parte de la experiencia es una computadora y una conexión a Internet”.
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¿Cómo seguir apostando a la educación?
Una parte de las respuestas me la dio Sigmund Freud en su texto “Psicología del Colegial”, donde describe los movimientos afectivos que se producen en la relación docente-alumno:
“Nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida (…) los cortejábamos, o nos apartábamos de nuestros profesores, imaginábamos su probable simpatía o antipatía, estudiábamos sus caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros tomándolos como modelos (…) atisbábamos sus más pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su sapiencia, de su justicia. En el fondo los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para ello”.
Indagando aún más, supe que a esto se le llama Transferencia. La Transferencia es el amor dirigido a aquel a quién se le supone un saber. Al analista se le supone un saber sobre los constituyentes del ser; el pedagogo es un sujeto que posee un saber adquirido, transmitido por sus maestros y que él ha de transmitir a su vez desde una posición de autoridad necesaria para que el alumno posea ese saber.
Las condiciones requeridas para la instalación de la transferencia se encuentran en la asimetría de lugares. En el proceso de enseñanza aprendizaje, hay sin duda una disparidad intrínseca entre los dos protagonistas: uno ocupa la función del docente, el otro del alumno.
El docente detenta un saber que aspira inculcar al alumno. La transmisión de ese saber no se efectúa desde una posición de neutralidad, porque el propio saber nunca es neutro, es portador de una gran carga afectiva y de significaciones múltiples. La transmisión de conocimiento nunca se efectúa de manera aséptica, muy por el contrario, está teñida de incidencias afectivas, muchas veces favoreciendo el proceso de enseñanza aprendizaje; otras, entorpeciéndolo.
Pero indagué aún más para dar respuestas a mis preguntas y me encontré con Jacques Lacan, quién pone como fundamento de la Transferencia el concepto de Sujeto Supuesto al Saber, que puede traducirse como alguien de quien los demás suponen que sabe, el sólo hecho de hacer una pregunta a alguien ya lo constituye como Sujeto Supuesto al Saber.
Jacques Alain Miller, en el libro Recorrido de Lacan, nos dice: “El Sujeto Supuesto al Saber, es para nosotros el pivote con respecto al cual se articula todo lo que tiene que ver con la transferencia. “Pivote” es una palabra interesante que puede designar ese trozo de metal o madera sobre el cual gira algo y en forma figurada, señala el sostén principal de algo”.
Al comienzo del Seminario VIII La transferencia, Lacan enfatiza la noción de asimetría de los sujetos involucrados en esta relación: “He anunciado este año que trataré la transferencia en su disparidad subjetiva (…) disparidad no es un término que me haya sido fácil elegir. Indica fundamentalmente que se encuentra en juego algo que va más allá de la asimetría entre los sujetos. (…) Disparidad subjetiva (…) entiendo por ello que la posición de los dos sujetos en presencia no es de ningún modo equivalente”.
La función del Sujeto Supuesto al Saber puede ser ocupada por cualquier otro a partir del momento en que se establece una relación; por eso decimos que la transferencia en sentido amplio no corresponde en exclusividad a la situación analítica y que el Otro, que no fuera el analista, detentaría lo que el sujeto no tiene a su disposición, lo que le falta.
Por eso sostenemos que existe una relación transferencial en el proceso de enseñanza aprendizaje en donde el Otro (docente) detenta lo que el sujeto (alumno) no tiene a su disposición, lo que le falta.
Ahora bien, me doy cuenta que a mi maestra de cuarto grado, al docente de Historia de tercer año, a mi primera profesora de piano, las coloqué en el lugar de Sujeto Supuesto al Saber ; ya que despertaron en mi curiosidad, me permitieron “impresionarme” con el contenido del saber y ambicionar ese objeto precioso que poseían mis maestros.
Hoy, no puedo desconocer que mi práctica como docente está atravesada por la devaluación de la profesión docente, por la ruptura de los lazos sociales, somos sujetos sociales inmersos en la misma realidad socio-económica, implicados además por la responsabilidad ética que nos impone nuestra profesión.
John Keating (Robin Williams), paradigma del docente que por
vías no convencionales logra hacer pensar a sus alumnos
Entonces, ¿cómo seguir apostando a la educación? Lo que puede hacer la educación es conectar al sujeto de la educación con una forma de realización con lo social. Lo que el sujeto quiere saber en cuanto concierne a su educación es si el educador será capaz de interesarse por su peculiaridad y admitirla dándole curso social.
Como dije antes, hablamos de dos saberes en la educación, el del docente, quien conoce los contenidos culturales que cada momento histórico y cada grupo social considera necesario transmitir a las nuevas generaciones, quien muestra e incita a adquirir tal patrimonio y el del alumno, quien es quien tiene la posibilidad de decir si, como decir no, a esa propuesta para adquirir los saberes de la cultura que llamamos educación, donde se plantea lo que Lacan llama disparidad subjetiva, entendiendo por ello que la posición del alumno y del docente no es de ningún modo equivalente, estableciéndose no sólo la relación entre los dos sujetos implicados en este proceso, sino también con el saber.
El docente realiza un ejercicio profesional de la función educativa, ejerciendo su autoridad al legitimar los intereses del alumno, atendiendo y escuchando para saber algo en torno a ellos y realizar una enseñanza pertinente.
Me gusta pensar en el método de enseñanza de Sócrates: la conversación, el diálogo, ese examen en común que requiere de la pregunta que penetra hasta el interior y llega a la respuesta. Sócrates no se identificaba con el saber que otros le suponían. Él hacía uso de los semblantes no creyendo él mismo ser el maestro sabelotodo. Buscaba que sus seguidores precipitaran sus opiniones. Luego los desplazaba con un “no es suficiente”, quiero escuchar otras opiniones. Hacía el semblante del maestro que orienta en la búsqueda del querer saber. Es decir, ponía el saber del lado de sus discípulos y en esa dirección, provocaba el trabajo de búsqueda del saber en sus alumnos. La autoridad que el docente tiene es porque hace su transferencia al saber.
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Recortes: Adolescencia, sexo e Internet, según Alejandro Margulis
“Los adolescentes que muestran su sexualidad en Internet suelen ser estigmatizados tanto por sus pares como por los académicos y los medios. Hijos de la imagen y de las nuevas tecnologías de la comunicación, no se trata de cuestionarlos desde el prejuicio o el miedo sino de entender que están construyendo una nueva sociabilidad ligada a la cultura digital y a los cambios en los usos y costumbres tecnológicos contemporáneos. Sin embargo, la red multiplica hasta un grado nunca antes conocido el narcisismo y el exhibicionismo de los adolescentes.
Un informe de United Press International consignó hace poco, no sin preocupación, de qué modo los adolescentes se sacan fotos o graban videos con sus celulares y cámaras digitales mientras tienen relaciones sexuales, y después los envían por bluetooth a otros teléfonos y los suben a You Tube, Facebook, Fotolog y My Space, con lo cual el “acto íntimo” pasa a ser supuestamente visto por millones de personas, conocidas y desconocidas. En la misma línea monacal se informa acerca de sanciones disciplinarias de los directivos de colegios privados hacia algunos de sus estudiantes “pescados in fraganti” cuando sus imágenes comenzaron a circular por la red. (…)
(Ver El debut sexual de los adolescentes está dejando de ser un acto íntimo, en diario Clarín)
“Ocurre sin embargo que los adolescentes que utilizan la lógica de las pantallas frías para hacerse ver están construyendo un nuevo código de conducta. Similar acaso, salvando las distancias, al boom de las minifaldas en los años sesenta, van a contrapelo de los criterios pudibundos de su época. Antes lúdicos que pornógrafos, munidos de una cultura tecnológica fuerte y nacidos bajo el hábito de ser fotografiados incluso desde que estaban en los úteros de sus madres (cuando las primeras ecografías hicieron furor a mediados de los años 90) estos chicos “viven” el hecho de aparecer en Internet con toda naturalidad. Indiferentes al prejuicio adulto, sea del orden que sea, su ilusión consiste en concitar la mayor cantidad de comentarios (“post”) de sus pares con el mismo placer que puede sentir un cazador o cazadora de autógrafos cuando llena su cuaderno con las firmas de sus artistas preferidos. (…)
Para quienes defienden el derecho a la expresión juvenil, estas alarmas forman parte de un relato que desconfía, a priori, de los proceso de transformación que vienen dándose en la cultura digital.
Vanguardistas al fin, su estilo se está multiplicando a una velocidad exponencial; en efecto, cualquier persona que “cuelga” una imagen o texto suyo en Internet desea que se llenen rápidamente de comentarios. Internet va convirtiéndose para cada vez más personas en el espacio de reconocimiento universal, uno donde ser vistos y comentados, así sea al paso. Sin edición, sumando todo lo que fotografiaron, la fugacidad o profundidad del comentario depende sin duda del grado de eficacia de la imagen que haya sido colgada; pero los más chicos no buscan originalidad, algo que consideran una matriz setentista, sino multiplicación: contra lo que podría suponerse si uno se guía por los parámetros tradicionales de propiedad intelectual, cuanto mayor número de personas vea o copie su imagen más cerca estarán de cumplir con su ideal privado, suerte de recompensa que satisface el narcisismo y la necesidad de mostrarse típica de la edad y que no los asusta en lo más mínimo. El adolescente internético busca construir su carisma rápido, y en tren de inmediatez lo sexual, sus cuerpos en actitudes sensuales, solos o acompañados, se convirtió en uno de los paradigmas que aseguran una mayor cantidad de visualizaciones a la mayor velocidad posible”.
Alejandro Margulis, periodista y editor del portal www.ayeshalibros.com.ar Disparos sobre los adolescentes que se desnudan en Internet - Una tendencia que es objeto de más diatribas que análisis. Publicado en Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, agosto de 2009.
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El paradigma del conocimiento colaborativo
(Por Guillermo Oliva) Tengo una noticia para darles. Pero primero les pido que se tomen unos minutitos y naveguen en su historia personal. Quiero que vuelvan a las primeras clases en la escuela y recuerden a su señorita, la que les enseño las primeras letras. Esa que les leyó los primeros cuentos, que les deleitó con su voz en lugares y situaciones que ingresaban a sus cabezas a través de esa hermosa voz. Recuerden esos primeros cuentos, aquellas aventuras de animales que hablaban, donde siempre el bueno y el malo eran fácilmente diferenciables, donde lo bueno, lo dulce, lo seguro eran los lugares donde queríamos estar.
Bueno, si pudieron recordar aquello, están todavía embelezados como yo, escuchando aquellas dulces vivencias.
Lamentablemente, la noticia es mala: nosotros crecimos, ahora leemos solos y el mundo cambió, como nosotros. Y las formas de la educación deberían darse por enteradas, me parece.
Ahora, les propongo que naveguen conmigo y veamos algunas cuestiones interesantes, para que después entre todos podamos definir qué quiere decir esto de aprender.
Segunda Parte del Video de Roger Schank
¿Quien es Roger Schank? (en inglés)
Además de la última reflexión, quiero mostrar una última cuestión. Antes el conocimiento era de unos pocos. Los eruditos, que eran los que poseían, nos iluminaban con “su conocimiento” y nos indicaban cuál era el camino correcto. Ellos tenían la capacidad de decir qué estaba bien y qué estaba mal. A este paradigma del conocimiento todos lo conocimos porque fuimos educados en él.
Aquí me tomo una licencia y les transcribo lo que un amigo me hizo saber sobre cómo planteó esto un gran pensador como Michel Foucault, en El orden del discurso, cuando describe a las “sociedades de discursos”, cuya finalidad es “conservar o producir discursos, pero para hacerlos circular en un espacio cerrado, distribuyéndolos nada más que según reglas estrictas y sin que los detentadores sean desposeídos de la función de distribución. Un modelo arcaico nos viene sugerido por esos grupos de rapsodas que poseían el conocimiento de los poemas para recitarlos, o eventualmente para variarlos y transformarlos; pero este conocimiento, aunque tuviese como fin una recitación que permanecía ritual, se protegía, defendía y conservaba en un grupo determinado, debido a los ejercicios de memoria, a menudo complejos, que implicaba; el aprendizaje permitía entrar a la vez en un grupo y en un secreto, que la recitación manifestaba pero no divulgaba; entre el habla y la audición los papeles no se intercambiaban.
Pero existen aún bastantes otras, que funcionan según otro modelo, según otro régimen de exclusivas y de divulgación: piénsese en el secreto técnico o científico, piénsese en las formas de difusión o de circulación del discurso médico; piénsese en aquellos que se han apropiado el discurso económico o político”.
¿Cómo es esto? La idea es simple. Si muchas personas leen una información y cualquiera puede cambiarla, lo que quede al final será lo que la mayoría considere correcto. Es decir que este conocimiento es un consenso de lo que piensa la mayoría o en cierta forma una democratización del conocimiento.
Es en este punto donde
Por último no puedo dejar de pedirles que lean lo que Wikipedia recomienda a la hora de compartir conocimientos
http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:%20Los_cinco_pilares
Publicado por Locos por las TIC en 11:52 3 comentarios
La “claustrofilia”, por Sandra Russo
(…)
En su libro El eros electrónico (Taurus), el sociólogo español Román Gubern analiza soberbiamente los fenómenos emocionales, afectivos y cotidianos que surgen de las nuevas tecnologías mediáticas. En uno de los capítulos en los que Gubern se concentra en el ámbito en el que esos fenómenos ocurren, habla de la “hogarótica”, es decir, de los hogares de hoy, distintos a los de ayer, en los que se entroniza una de las tendencias más fuertes de los últimos tiempos: la claustrofilia, es decir, el apego al claustro en el que el individuo autosuficiente de hoy tiene todo lo que cree que necesita, desde calefacción o aire acondicionado a Internet, desde freezer y microondas a televisión. La claustrofilia se opone a la agorafilia, la tendencia a hallar en el afuera los estímulos tribales que hoy los individuos obtienen apenas en los recitales, los partidos de fútbol o las plazas públicas.
La semana pasada, en Buenos Aires, Philips presentó su nueva línea de productos, una de cuyas estrellas son los televisores planos, que podrían colgarse de una pared como cuadros. En su libro, Gubern desliza que aun está por estudiarse el impacto de los televisores en los salones burgueses, cuyas paredes han ido lentamente perdiendo sus cuadros como señal de distinción y objetos mirables, para abandonarse al goce del Home Cinema: hace unos años, los televisores se encondían. Hoy las últimas tendencias en decoración sugieren dejarlos a la vista, subrayar su status de altar pagano y dejar que la ubicación de los sillones del living evidencien que la familia ya no se reúne frente a la chimenea, sino frente a la pantalla.
Otro sociólogo, Tomás Maldonado, halló en la tendencia de opuestos “selva-fortín” otro de las principales rasgos de la época. La selva es el territorio de los otros, generalmente desintegrados al sistema. El fortín es el hogar bien provisto de barreras. Dos miedos dominan a los habitantes del fortín: el miedo a la intrusión humana, en forma de ladrones o usurpadores, y el miedo a la pérdida de la privacidad, en forma de micrófonos o teleobjetivos. Una casa protegida, completamente opaca a los ojos de los otros, situada en el extremo opuesto de esa otra casa que se montó en Chile y ahora causa furor en España: la casa transparente, en la que su única habitante se deja ver comiendo, durmiendo, bañándose, haciendo sus necesidades o el amor, una casa catártica, obscena.
Mientras tienen lugar estas tendencias opuestas, un estudio del Instituto Nacional de Estadísticas francés reveló que en los últimos años las conversaciones directas entre las personas y los comerciantes de sus barrios disminuyeron un 26 por ciento, las charlas con amigos, un 17 por ciento, con los colegas del trabajo, un 12 por ciento, y con los miembros de la propia familia, un 7 por ciento. Lo que no disminuyó, sino aumentó, es el uso del teléfono. A la casa-fortín el mundo entra por el enchufe".
(La periodista Sandra Russo, columnista de Página 12, escribió este texto en julio de 2000, con el título “Hogares nuevos”. Fuente: http://www.sandrarusso.com.ar/).
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Aprender a aprender: el cerebro de Sherlock Holmes
Sir Arthur Conan Doyle (Edimburgo, Escocia, 1859 – Crowborough, Inglaterra, 1930) fue un hombre de vocaciones erráticas. Formado en un colegio católico, devino en agnóstico empedernido. Graduado y doctorado como médico en la Universidad de Edimburgo, terminó consagrándose al arte de escribir.
Prolífico autor de novelas históricas y de ciencia ficción, se lo conoce mundialmente por ser uno de los creadores del género policial clásico, pero sobre todo por ser el padre del detective Sherlock Holmes, arquetipo del sagaz investigador que aplica la lógica deductiva para aclarar crímenes misteriosos (1).
Es en Estudio en Escarlata, publicada en 1887, donde el escritor presenta al alto y delgado detective de la pipa, capote, gabardina y gorra de cazador, y a quien será su compañero de aventuras, el doctor John H. Watson, jubilado como médico del ejército.
Ambos solteros, alquilan a medias un departamento, del que Holmes entraba y salía a horas insólitas y recibía personajes dispares y extraños, despertando la curiosidad de su compañero acerca de su verdadera ocupación.
Así, el capítulo II: “La ciencia de la deducción” muestra cómo Watson elabora una lista de los conocimientos y habilidades de su misterioso compañero:
1. Literatura: Cero.
2. Filosofía: Cero.
3. Astronomía: Cero.
4. Política: Ligeros.
5. Botánica: Desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general.
Ignora todo lo referente al cultivo práctico.
6. Geología: Conocimientos prácticos, pero limitados. Distingue de un golpe de vista la clase de tierras. Después de sus paseos me ha mostrado las salpicaduras que había en sus pantalones, indicándome, por su color y consistencia, en qué parte de Londres le habían saltado.
7. Química: Exactos, pero no sistemáticos.
8. Anatomía: Profundos.
9. Literatura sensacionalista: Inmensos. Parece conocer con todo detalle todos los crímenes perpetrados en un siglo.
10. Toca el violín.
11. Experto boxeador y esgrimista de palo y espada.
12. Posee conocimientos prácticos de las leyes de Inglaterra.
Llevaba ya inscrito en mi lista todo eso cuando la tiré, desesperado, al fuego, diciéndome a mí mismo: “Si el coordinar todos estos conocimientos y descubrir una profesión en la que se requieren todos ellos resulta el único modo de dar con la finalidad que este hombre busca, puedo desde ahora renunciar a mi propósito”.
Sobre todo, Watson se sorprendía del desconocimiento de Holmes sobre la teoría heliocéntrica demostrada por Nicolás Copérnico en el siglo XVI: Me resultó tan extraordinario el que en nuestro siglo XIX hubiese una persona civilizada que ignorase que la Tierra gira alrededor del Sol, que me costó trabajo darlo por bueno.
—¡Por olvidarlo!
—Me explicaré —dijo—. Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles. (2)
—Pero ¡lo del sistema solar! —dije yo con acento de protesta.
—¿Y qué diablos supone para mí? —me interrumpió él con impaciencia—. Me asegura usted que giramos alrededor del Sol. Aunque girásemos alrededor de la Luna, ello no supondría para mí o para mi labor la más insignificante diferencia.
Es una de las versiones más originales del “aprender a aprender”, la modalidad de conocimiento más adecuada para nuestro tiempo, formulada paradójicamente en una época de auge de la educación enciclopedista.
Finalmente, Sherlock se apiada del doctor Watson y le revela su trabajo de “detective consultor”, pero nunca dejará de sorprenderlo con su aguda capacidad para pensar distinto y alumbrar la verdad.
(1) En realidad, el precursor del género es el norteamericano Edgar Allan Poe, con su detective Auguste Dupin, protagonista desde 1840 de novelas como El escarabajo de oro, La carta robada y Los crímenes de la calle Morgue.
(2) El destacado es nuestro.
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Recortes: Cibercultura y educación, según Pierre Lévy
Ilustración de Silvina Nicastro (La Nación)
-nuevas formas de acceso a la información: navegación hiperdocumental, rastreo de la información por medio de "motores de búsqueda", knowbots, exploración contextual mediante mapas dinámicos de datos,
-nuevos estilos de razonamiento y conocimiento, como la simulación, verdadera industrialización del pensamiento, que no se basa ni en la deducción lógica ni en la inducción a partir de la experiencia.
El hecho de que estas tecnologías intelectuales, en particular las memorias dinámicas, puedan materializarse en documentos numéricos o en programas informáticos disponibles en redes (o fácilmente reproducibles y transferibles), permite que éstas puedan ser compartidas por un gran número de individuos, incrementando así el potencial de inteligencia colectiva de los grupos humanos.
El flujo del saber, el trabajo como transacción de conocimientos, las nuevas tecnologías de la inteligencia individual y colectiva cambian profundamente nuestro enfoque de la educación y la capacitación. Lo que hace falta aprender ya no puede planificarse ni predefinirse con exactitud. La definición y adquisición de competencias son individuales, por lo que, crecientemente, pueden canalizarse menos en programas o carreras válidas para todo el mundo. Debemos crear nuevos modelos para representar el espacio del conocimiento. Debemos sustituir la representación tradicional - escalones lineares y paralelos, pirámides estructuradas por "niveles", organizados por la noción de prerrequisito y convergiendo hacia grados superiores del conocimiento - por una imagen de espacios de conocimientos emergentes y en flujo, abiertos, continuos, no lineares, que se reorganizan según objetivos o contextos, ocupando en cada uno de ellos una posición singular y variable.
Los sistemas de educación y formación deben afrontar dos grandes reformas. En primer lugar, la adaptación e integración de los dispositivos y la filosofía del AAD (aprendizaje abierto y a distancia) a las prácticas habituales de la educación. El AAD utiliza ciertas técnicas de enseñanza a distancia, incluyendo los hipermedios, redes de comunicación interactivas y todas las tecnologías intelectuales de la cibercultura. Pero lo esencial reside en un nuevo estilo pedagógico, que favorece, al mismo tiempo, el aprendizaje personalizado y el aprendizaje cooperativo en red. En este contexto, quien enseña debe estimular la inteligencia colectiva de sus estudiantes en vez de ser un mero proveedor de conocimientos.
La segunda reforma se refiere al reconocimiento de lo adquirido. Si las personas aprenden en sus experiencias sociales y profesionales, si la escuela y la universidad pierden progresivamente su monopolio en la creación y transmisión de conocimientos, los sistemas de educación pueden al menos asumir una nueva misión: orientar las carreras individuales en los espacios del saber y contribuir al reconocimiento del conjunto de capacidades de los individuos, incluidos los conocimientos no académicos. Los instrumentos del ciberespacio permiten crear vastos sistemas de tests automatizados accesibles en todo momento, y redes de transacción entre la oferta y la demanda de capacidades. Al organizar las comunicaciones entre empleadores, individuos y medios de aprendizaje de todo tipo, las universidades del futuro contribuirían, de esta manera, al desarrollo de una nueva economía del conocimiento".
Cibercultura - La cultura de la sociedad digital. Informe presentado al Consejo de Europa, relativo al impacto cultural de las TIC (2007). Pierre Lévy (Túnez, 1956), profesor de las universidades de París y Ottawa, pensador y estudioso de la cibercultura y las sociedades del conocimiento.
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¿Quién es el experto ahora?
(Por Natalia Scantamburlo) El capítulo 3 de la nueva temporada de la serie Dr. House recrea y describe aquello que venimos discutiendo nosotros los educadores y, específicamente, los educadores en TIC: la llamada sociedad de la información y sociedad del conocimiento (1).
La historia de un joven que ingresa al hospital por un calentamiento en su piel mientras jugaba con videogames, resulta familiar cuando éste a través de Internet verifica sus síntomas y establece diagnósticos como un experto en materia de medicina. De este modo, la información brindada por el buscador Google, incluso, comenzaba a cuestionar las decisiones tomadas por los médicos.
Esto deja entrever, desde el punto de vista educativo, que si bien sabemos que Internet nos provee de una gran masa de información, este fenómeno involucra cuestiones de fondo vinculadas a los “usos inesperados” (2) de las tecnologías, al reconocimeinto de espacios de aprendizajes, la configuración de nuevos roles vinculados a la figura de "experto", la validación y control de información por parte de los usuarios, el concepto de conocimiento, etcétera.
Por otro lado, la serie muestra cómo el protagonista a través de la red tiene la oportunidad de revisar el currículum de los médicos e incluso, casi por curiosidad, de conocer información acerca de sus vidas privadas.
Dice Nicholas Burbules: “Las tecnologías se están volviendo omnipresentes, y se están vinculando en red entre sí (…) estamos permanentemente conectados”; y, lógicamente, esto conlleva varios peligros: vigilancia e invasión de la privacidad, pérdida de la intimidad, etcétera.
El joven, desesperado por su cura, decide conformar una red social en donde los internautas participan enviando sus propios diagnósticos sobre la enfermedad. Posteó su caso en un foro y personas de todo el mundo respondieron.
En una entrevista que realizó el diario La Nación a Burbules, el filósofo dice que “los blogs son herramientas muy poderosas para sumar a seguidores para causas políticas”. Sobre esta idea puede decirse que, simplemente, son muy poderosas para dar lugar a opiniones aisladas (como en este caso), sin un contexto de participación ciudadana. Sin embargo, y aquí sí atañe a la historia, Burbules agrega que “estamos empezando a ver el potencial de estas comunidades”, su efectos y consecuencias en la concepción de construcción de conocimiento.
Tal vez, el caso del paciente no representa en términos educativos un mensaje de prácticas de aprendizaje significativo. Sin embargo, nos sirve para pensar y preguntarnos ¿quién es el experto ahora... Internet, el alumno o el docente?
Deberemos repensar y definir en este punto, cuál es la concepción del saber, qué lugar ocupa la escuela, cuál es el rol del docente y qué estrategias serán factibles implementar para propiciar una verdadera y justa sociedad del conocimiento.
Notas:
(1) Para leer:
(2) Nicholas Burbules - Riesgos y promesas de las TIC en la educación - ¿Qué hemos aprendido en estos últimos diez años?
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