Don Alonso Quijano, lector compulsivo de libros de caballería, es quizás el primer caso de alienación mediática -al menos en la historia de la literatura-, además de eso que los lingüistas llaman “recepción pragmática” (el niño que luego de ver a Superman se pone una capa, el calzoncillo sobre el pantalón y se arroja desde el techo de su casa; o peor, el que juega al Counter Strike y después acribilla a sus compañeritos en la escuela).
Hoy, en un tiempo en que se encienden alarmas sobre la adicción a la tecnología y los medios de comunicación, vale la pena tener presente al ingenioso hidalgo, sobre todo cuando se emprenden desafíos preñados de futuro.
Porque la alienación de Don Quijote no era para nada pasiva, sino activa y justiciera, tal como cabe esperar de cualquiera que se dedique a esa quijotada llamada educación.
Dejemos, entonces, narrar al propio creador, Miguel de Cervantes Saavedra, el momento crucial, el instante fecundo en que su personaje pierde el juicio y gana heroísmo:
“Es pues de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año-, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos (…)
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. (…)
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. (…)
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el mundo de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”.
"Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello".
-¿Por qué nos resulta tan familiar la situación?
-¿Cuántas veces enfrentamos dificultades que nos hacen pensar que nuestro trabajo es una quijotada?
-¿Cuántas otras sentimos que, a pesar de todo “género de agravio”, “ocasiones y peligros”, igual vale la pena?
-¿Qué necesitamos para enfrentar los molinos de viento que obstaculizan la tarea?
Hoy, en un tiempo en que se encienden alarmas sobre la adicción a la tecnología y los medios de comunicación, vale la pena tener presente al ingenioso hidalgo, sobre todo cuando se emprenden desafíos preñados de futuro.
Porque la alienación de Don Quijote no era para nada pasiva, sino activa y justiciera, tal como cabe esperar de cualquiera que se dedique a esa quijotada llamada educación.
Dejemos, entonces, narrar al propio creador, Miguel de Cervantes Saavedra, el momento crucial, el instante fecundo en que su personaje pierde el juicio y gana heroísmo:
“Es pues de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año-, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos (…)
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. (…)
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. (…)
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el mundo de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama”.
(Don Quijote de la Mancha – Primera Parte – Capítulo Primero).
"Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello".
-¿Por qué nos resulta tan familiar la situación?
-¿Cuántas veces enfrentamos dificultades que nos hacen pensar que nuestro trabajo es una quijotada?
-¿Cuántas otras sentimos que, a pesar de todo “género de agravio”, “ocasiones y peligros”, igual vale la pena?
-¿Qué necesitamos para enfrentar los molinos de viento que obstaculizan la tarea?
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