Aprender a aprender: el cerebro de Sherlock Holmes

Robert Downey Junior, en la más reciente versión
cinematográfica del detective londinense


(Por Alexis Oliva)

Sir Arthur Conan Doyle (Edimburgo, Escocia, 1859 – Crowborough, Inglaterra, 1930) fue un hombre de vocaciones erráticas. Formado en un colegio católico, devino en agnóstico empedernido. Graduado y doctorado como médico en la Universidad de Edimburgo, terminó consagrándose al arte de escribir.

Prolífico autor de novelas históricas y de ciencia ficción, se lo conoce mundialmente por ser uno de los creadores del género policial clásico, pero sobre todo por ser el padre del detective Sherlock Holmes, arquetipo del sagaz investigador que aplica la lógica deductiva para aclarar crímenes misteriosos (1).

Es en Estudio en Escarlata, publicada en 1887, donde el escritor presenta al alto y delgado detective de la pipa, capote, gabardina y gorra de cazador, y a quien será su compañero de aventuras, el doctor John H. Watson, jubilado como médico del ejército.

Ambos solteros, alquilan a medias un departamento, del que Holmes entraba y salía a horas insólitas y recibía personajes dispares y extraños, despertando la curiosidad de su compañero acerca de su verdadera ocupación.

Así, el capítulo II: “La ciencia de la deducción” muestra cómo Watson elabora una lista de los conocimientos y habilidades de su misterioso compañero:

1. Literatura: Cero.
2. Filosofía: Cero.
3. Astronomía: Cero.
4. Política: Ligeros.
5. Botánica: Desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general.
Ignora todo lo referente al cultivo práctico.
6. Geología: Conocimientos prácticos, pero limitados. Distingue de un golpe de vista la clase de tierras. Después de sus paseos me ha mostrado las salpicaduras que había en sus pantalones, indicándome, por su color y consistencia, en qué parte de Londres le habían saltado.
7. Química: Exactos, pero no sistemáticos.
8. Anatomía: Profundos.
9. Literatura sensacionalista: Inmensos. Parece conocer con todo detalle todos los crímenes perpetrados en un siglo.
10. Toca el violín.
11. Experto boxeador y esgrimista de palo y espada.
12. Posee conocimientos prácticos de las leyes de Inglaterra.

Llevaba ya inscrito en mi lista todo eso cuando la tiré, desesperado, al fuego, diciéndome a mí mismo: “Si el coordinar todos estos conocimientos y descubrir una profesión en la que se requieren todos ellos resulta el único modo de dar con la finalidad que este hombre busca, puedo desde ahora renunciar a mi propósito”.

Sobre todo, Watson se sorprendía del desconocimiento de Holmes sobre la teoría heliocéntrica demostrada por Nicolás Copérnico en el siglo XVI: Me resultó tan extraordinario el que en nuestro siglo XIX hubiese una persona civilizada que ignorase que la Tierra gira alrededor del Sol, que me costó trabajo darlo por bueno.

Ilustración de Sidney Paget

—Parece que se ha asombrado usted —me dijo sonriendo, al ver mi expresión de sorpresa—. Pues bien: ahora que ya lo sé, haré todo lo posible por olvidarlo.
—¡Por olvidarlo!
—Me explicaré —dijo—. Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles.
(2)
—Pero ¡lo del sistema solar! —dije yo con acento de protesta.
—¿Y qué diablos supone para mí? —me interrumpió él con impaciencia—. Me asegura usted que giramos alrededor del Sol. Aunque girásemos alrededor de la Luna, ello no supondría para mí o para mi labor la más insignificante diferencia.

Es una de las versiones más originales del “aprender a aprender”, la modalidad de conocimiento más adecuada para nuestro tiempo, formulada paradójicamente en una época de auge de la educación enciclopedista.

Finalmente, Sherlock se apiada del doctor Watson y le revela su trabajo de “detective consultor”, pero nunca dejará de sorprenderlo con su aguda capacidad para pensar distinto y alumbrar la verdad.


(1) En realidad, el precursor del género es el norteamericano Edgar Allan Poe, con su detective Auguste Dupin, protagonista desde 1840 de novelas como El escarabajo de oro, La carta robada y Los crímenes de la calle Morgue.
(2) El destacado es nuestro.

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